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Frente a la muerte

Alejandro Cortés González-Báez.- Al igual que a una innumerable cantidad de personas, me ha tocado estar junto a mucha gente en los últimos momentos de su paso por esta vida. Cada caso es diferente, pero el fin es el mismo. Los humanos compartimos la misma naturaleza, la misma dignidad y también la caducidad de nuestra existencia. Todos estamos enfocados a morir, aunque las formas de hacerlo son tan variadas.

Tenemos un cuerpo que es un prodigio de ingeniería biológica, pero también, por ello mismo, podemos enfermarnos de miles de enfermedades. (Nota: Espero no estar exagerando al afirmar esto). De hecho, podemos decir que todos los médicos están condenados al fracaso, pues antes o después, todos sus pacientes terminan muriendo. La medicina como profesión es muy noble, pero a pesar de sus muchos avances, se enfrenta ante una cantidad enorme de misterios.

Además, existe la posibilidad de morir en accidentes o a manos de otras personas, si es que se les puede llamar así.

Acabo de estar con una señora maravillosa que se nos está yendo de este mundo, y dentro del dolor que suponen estos momentos he podido contemplar una serenidad admirable en sus seres más cercanos, pues ella y su familia bien conocían la gravedad de su enfermedad, y cómo ansió recibir todos los auxilios espirituales que la Iglesia nos puede dar para ayudarnos a entrar en la Vida verdadera, esa que no tiene fin, donde ya no existe la muerte; la vida en la casa de nuestro Padre Dios.

“Quiero ver tu rostro Señor”. Esta jaculatoria tan llena de las virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad, la repitió durante los últimos meses y le ayudó para enfrentar un viaje que no tendrá retorno hasta que llegue el día en que Dios resucite los cuerpos de todos al final de los tiempos. Los primeros cristianos se referían a la fecha del fallecimiento de los fieles de Dios como el “dies natalis” es decir: Día del nacimiento.

No cabe duda que vivir con la absoluta seguridad de que Dios existe, que nos ama, que decidió venir a convivir con nosotros y morir en la Cruz para pagar el precio de nuestro rescate, y que resucitó para llevarnos con Él, cambia por completo la visión que podemos tener de nuestra realidad. Dentro de este esquema, que parecería un cuento de hadas, la muerte podemos verla como la puerta de entrada a nuestra verdadera casa.

Solemos decir que los que murieron en el Señor ya gozan del descanso eterno, pero no perdamos de vista que el Cielo no es un dormitorio con camas para dormir por toda la eternidad, sino un “banquete celestial”, es decir, una fiesta donde hay alegría, música, buen humor y donde no caben las penas ni los sufrimientos tan propios de nuestra realidad tan limitada.

La felicidad tan deseada por todos no puede conseguirse en este enorme, y al mismo tiempo, tan pequeñito planeta. Qué difícil resulta poder captar cabalmente la dignidad infinita que supone formar parte de la familia del Dios perfecto e infinito. Sólo hay una cosa importante en este mundo: Vivir en amistad con Dios.

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