“Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre. Pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado”. (Jn 16, 24)
Antonio Fernández.- Uno de los Santos Padres de la Iglesia, San Teofilacto Obispo de Nicomedia, adelanta el resultado provechoso de pedir a nombre de Cristo Nuestro Señor lo que del Padre se recibe: “Vuestra alegría será completa cuando se os diere cumplidamente lo que pidáis”.
El dicho popular dice: “Cierto es que en el pedir está el dar”, se considera una composición que vino al mundo a propósito de la palabra de Dios: “Pedid, y recibiréis”, que la ajusta a sus necesidades personales y materiales, pero no a las espirituales.
Se ha hecho de ello una sugerente forma de buscar palabras para obtener un propósito, unas de buena forma, otras sugerentes, algunas forzadas y obligadas por la coacción, otras son palabrerías melosas para crear agrado al que se le solicita el favor y por esta actitud lograr lo que se busca.
En fin, son tantas las formas de “pedir” en la convivencia del mundo. Cada quien conoce y sabe cómo ha obtenido o cómo lo han obligado contra su voluntad para que por su persona otro obtenga un beneficio justo o reciba una determinación injusta que desvirtúa el valor de salvación que viene de la palabra de Cristo Nuestro Señor.
Cuando todo es bien, hay tranquilidad; cuando es lo contrario despierta la pasión múltiples formas de buscar el desquite. Alguien dirá: “así son las cosas del mundo”, pero en realidad así es como lo ha hecho el ser humano cuando carece de caridad e ignora la legislación de Cristo Nuestro Salvador: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, para que así, como Yo os he amado, vosotros también os améis unos a otros”.
El camino está señalado al predicar el Señor a quienes cada siglo ha pasado, pasan y vendrán a imitar la caridad de nuestro Salvador, por ello adelanta a demostrar: el amor comprensivo ante la falta es perdonar y soportar el dolor de la ofensa, en una palabra, es mostrar amor sin medida como Cristo Nuestro Señor ha enseñado.
Reafirma San Juan la doctrina de su divino Maestro: “El amor no hace mal al prójimo”. ¿Entonces por qué se hace complicado el amor al prójimo? Se ha olvidado que el Señor en su enseñanza no solo fue de palabra sino de obra, ello lleva a comprender que quien tiene el amor que Él pide tiene todas las virtudes, pero son las debilidades las que inducen a hacer lo contrario, solo la inspiración de sanos pensamientos ayudará a ponerlos en obra con la asistencia del Señor.
Para quien es poseedor o desea de corazón tener el amor limpio y generoso que obra en bien de su alma y del hermano, al que por ese solo hecho ama, nada afectará en él la maldad de quien le busca perjudicar.
La doctrina de Nuestra Santa Madre Iglesia es poseedora de bienes a disposición de quien desee ordenar su vida a Dios, habrá de proponerse en su conducta de la vida diaria poner en práctica y profundizar las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.
De ellas la más importante es la caridad, al perder ésta se pierden las demás; ahora bien, al ahondar la vida de Jesucristo Nuestro Señor, observamos que en todos los actos de su vida aplicó siempre estas virtudes en bien de las almas, obrando en ellas sus prodigiosos milagros.
En quienes escucharon su predicación reconocieron sus penas y pecados encontrando la tranquilidad en su alma, los que dedicaron tiempo, sea en camino o en su casa a repasar las parábolas, tener el gozo de conocer la enseñanza del Señor que viene de ellas.
Hasta en sus enemigos, quienes atentos escuchaban no para aprender sino para descubrir un error o contradicción y condenarle, pero sí fueron testigos de su enseñanza. Lo importante para ellos y los siglos es que todos en su palabra conocieron que en su paso por el mundo el Señor obró las virtudes teologales.
Esto mismo vemos en el Patriarca San José, padre nutricio del Hijo de Dios, quien personifica al modelo de perfección de las virtudes teologales: la fe en la palabra de Dios es esperanza, ante la adversidad y la caridad defender, proteger y cuidar al niño Jesús como su hijo.
Resumiendo, la obra del padre nutricio es creer, esperar y amar. Por lo que es bueno reflexionar, que, así como fue en el Patriarca San José, lo fue en mucho mayor excelsitud María la madre de Jesús, y en las santas mujeres, los Santos apóstoles y las generaciones sucesivas de mártires, santos y santas como en hombres y mujeres de santidad, sus obras de la vida diaria fueron pedir a nombre del Hijo lo que del Padre recibieron y reciben en el trascendente paso a la salvación eterna.
La vida del mundo ha olvidado que el motivo de vivir en él es esforzarse para obtener los beneficios del alma y no los efímeros de las cosas materiales a las que entrega sus capacidades sin apreciar que al morir nada se llevará, esperando no sea tarde para recapacitar.
Hoy que se está en tiempo de vida es mejor atesorar bienes en el cielo que Jesucristo Nuestro Señor revela: “Amontonaos tesoros en el cielo, donde ni polilla ni herrumbre destruyen, y donde ladrones no horadan ni roban”, sino que perdurando en ellos se obtendrá la salvación esperada y deseada.
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