Padre Mario Manríquez.- Pedro y María se entusiasmaron con la noticia serían padres por primera vez, apenas tuvieron tiempo de digerir la noticia, porque aunque deseaban un hijo el deseo nunca se compara con la felicidad de la meta alcanzada, así es que ellos rebosaban de felicidad.
Inmediatamente la dama de los sueños corrió desbocada y el padre comenzó a imaginar todo lo que haría con su pequeño hijo en cuanto éste naciera, estarían para siempre unidos, correrían juntos, lo vería crecer fuerte, sano, robusto, sin duda por ser hombre tendría que ser igual que él, muy inteligente y también un hombre cabal, trabajador, honesto, y también que supiera seguir la tradición del pueblo, es decir, acudir a la misa cada domingo sin falta y atender los rezos a la vieja imagen del Sagrado Corazón que veneraban en la parroquia.
En su mujer las cosas se verían desde otra perspectiva, ella pensaba en una niña hermosa, de largos cabellos, con una mirada profunda y una sonrisa tierna, con unas manos diestras llenas de habilidad para la costura, la cocina y también la escritura, ¡ah! porque su hija tenía que saber del hogar, de la cocina y de la oficina, sería una gran escritora o por lo menos directora de alguna buena empresa, eso sí, ante todo sus manos sabrían pasar las cuentas del rosario y juntarse frecuentemente para orar a Dios dándole gracias cada día por los dones recibidos.
Pero la dama de los sueños como siempre despertó cuando la realidad se estrelló en la frente de María; sería un niño lo que tendrían, así es que serían los sueños del esposo los que se cumplirían; comenzaron a pensar el nombre y le pusieron por nombre Juan, justo a los siete días de su nacimiento, cuando el cura de la parroquia lo bautizó bajo la imagen del Sagrado Corazón.
Con el nacimiento de Juan el hogar de Pedro y María se ilumino, se llenó de alegría, de vida, de risas… y también de llantos, porque aquel pequeño resulto bastante lloroncito. ¡Cuántos cuidados le prodigaron, cuántas veces por las noches se levantaba María, su madre, tan solo para ver como dormía! Muchas tardes Pedro llegaba cansado después de un largo día de trabajo y sin embargo se llenaba de fuerza tan solo con ver a su pequeño Juan y sin más se lo cargaba en la espalda.
Y así fue creciendo el pequeño Juan, recorriendo los caminos del saber pasó la primaria, cursó la secundaria, la preparatoria y la universidad todo esto en un suspiro entre correr, saltar, dormir y a veces también vivir a lo largo de todo este tiempo, conoció a mucha gente, tenía además un carisma particular fácilmente se hacía de amigos y amigas, siempre inteligente, destacaba en todas las notas escolares, estaba convencido que tendría un gran futuro… pero no al lado de sus padres.
Y es que de verdad le aburría la plática de Pedro y María, ellos se habían quedado atrás, su madre todavía tenía la pésima costumbre de usar aquel mandil viejo que Pedro le había regalado para un 10 de mayo con motivo del Día de la Madre, ideas absurdas, mira que regalar a la madre una ropa de trabajo y lo mismo pasaba con su padre no se deshacía de su viejo pantalón de mezclilla y su camiseta gastada por el tiempo y el trabajo… gracias a Dios no habían tenido más hijos.
Eran tan rudimentarios, insistían en comer carne y Juan se había hecho vegano, había adquirido grandes conocimientos, pues la escuela le había abierto la mente, en los brazos lucía unos impresionantes tatuajes, había desarrollado unos músculos notables, pues el gimnasio le había sentado bien y con su juventud en plenitud era un adonis de verdad.
Además descubrió tantas cosas de sus padres… Una infidelidad de él y que su madre, mujer antigua y abnegada, le había perdonado. Además un hermano de su padre había cometido un delito, y por si fuera poco su abuelo, el papá de su madre, los había desheredado,
No, no eran la familia perfecta y por si fuera poco había que sacarse de la cabeza los cuentos de la infancia: el coco nunca existió, el viejo del morral era un invento de su madre para que no saliera a la calle, Adán y Eva no eran personajes reales, cómo iba a creer que fuera real el paraíso y por si esto no bastara el ratón de los dientes nunca llegó a su casa, solamente con sus amigos.
Con todo esto, además de los que él pensaba, eran absurdas las prácticas religiosas. Había decidido dejar la casa de sus padres, empezó a preparar su salida, esto le llevaría pocos meses, pues la vida no siempre es como la soñamos y sin que nadie supiera cómo llegó a la ciudad un brote de una epidemia que forzaba a todos a vivir en cuarentena sin salir de casa y guardando las medidas de higiene que parecían de la infancia, mira que le decían que había que lavarse las manos, lo mismo que su madre le decía desde que era pequeño, algo tenían de maravillosas las enseñanzas de sus padres, porque de pronto todo lo que había aprendido en la escuela perdió sentido, las mismas ansias de viajes, de salir, no tenían sentido, el montón de amigos que decía tener se volvieron por demás virtuales y entonces Juan comenzó un proceso de interiorización profundo, comenzó a cuestionar todo lo que había hecho fuera del hogar y comenzó a preguntarse qué era lo que valía la pena en la vida y decidió vivir así ese tiempo especial en el hogar, sin escape y sin salidas y de frente a la verdad.
No quisiera contarles el final de la historia, primero porque no lo sé y segundo porque me dejo llevar por la vana tentación de que alguno de ustedes lo concluya en su vida.
¡Dios bendiga a Ciudad Juárez!