Daniel Valles.- Salir de la pobreza, en términos oficiales, parece tan sencillo como aumentar unos pesos al mes. Pero entre nosotros: si antes comías frijoles dos veces al día y ahora la tortilla alcanza sólo para un par de veces más… ¿realmente saliste de la pobreza o simplemente te movieron de la extrema a la moderada? Porque eso de ir de pobre total a pobre maquillado… no suena como progreso.
Desde la ENIGH, las cifras son escuetas y crueles: el 1% más rico concentra casi 35% del ingreso, mientras el 10% más pobre apenas recolecta el 2%. Los aumentos que han recibido las familias más vulnerables —alrededor de 16 pesos diarios— apenas alcanzan para un kilo de tortillas. Cuando a los de arriba les suben miles de pesos por día, decir que alguien “salió de la pobreza” suena —perdón la expresión— a fraude estadístico.
El Artículo 123 de la Constitución es claro: el salario mínimo debe ser suficiente para cubrir las necesidades materiales, sociales y culturales de una familia. No solo comida o transporte, también educación, cultura, recreación. Lo que tenemos es un salario para sobrevivir, no para vivir con dignidad. Y no es una banalidad jurídica, es una brecha entre la ley y la realidad nacional.
Vale la pena señalar quiénes han hecho este análisis: **Oxfam México** y el **Instituto de Estudios sobre Desigualdad (INDESIG)**. Oxfam es una organización internacional, con presencia en más de 90 países, que en México ha puesto el dedo en la llaga sobre la desigualdad económica y la concentración de riqueza. INDESIG, por su parte, es un instituto de investigación independiente que estudia con lupa las brechas sociales, económicas y de género en el país. Ambos han coincidido en una conclusión: los pobres no han salido de pobres, sólo han sido reubicados en una categoría distinta, pero sin alcanzar la dignidad que la Constitución promete.
Y aquí, en el meollo político, entra la frase lapidaria del propio expresidente López Obrador: “Ayudando a los pobres va uno a la segura, porque ya sabe que cuando se necesite defender, en este caso la transformación, se cuenta con el apoyo de ellos… es un asunto de estrategia política.” Política con retórica, con cheque y con fotografía, a prueba de críticas.
Para remachar, Yeidkol Polevnsky, hace tiempo que soltó la cereza en el pastel, calificó a quien sale de la pobreza y olvida las ayudas como “muy ingrato”. Ah, sí. Primero reciben el apoyo, luego —cuando mejoran, aunque sea medio poco— ya no recuerdan al “benefactor”. Como cuando limpias tu casa y el que te prestó la escoba te reclama después la barrida.
Entonces: ¿qué significa “sacar de la pobreza” realmente? Si alguien apenas empieza a cubrir lo básico, sigue sin poder leer, curarse, estudiar o respirar sin apretarse el cinturón, ¿de qué mejora hablamos? Es solo un movimiento gravitacional dentro del mismo sistema: de pobreza C a pobreza B, con el estatus intacto.
Mientras tanto, programas sociales —renombrados, rediseñados, reconvertidos— operan sin padrones confiables ni metas claras, como bien documentan Oxfam México e INDESIG. El efecto real no es progreso, sino clientelismo.
Y luego, para cerrar, un dato que suena a victoria, pero se siente a cuento: se presume que 13 millones de personas fueron sacadas de la pobreza. ¿Pero a dónde los sacaron? ¿A la clase media emergente? ¿O simplemente los empujaron a otro nivel de pobreza, todavía sin derechos, pero con una tarjeta y una foto con el presidente?
Si realmente quienes dejaron la pobreza ya no votan por Morena, y si como dice el gurú de la autollamada Cuarta Transformación, los pobres sí garantizan votos… entonces, ¿vale la pena invertir en políticas que dejan de mirar a esos mismos pobres cuando mejoran un poquito? ¿A quién le están o le quieren tamor el pelo? Ahí, El Meollo del Asunto.