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Política energética petrolera

Rafael Espino.- El pasado 16 de noviembre, el presidente electo estadounidense, Donald J. Trump, anunció el nombramiento como secretario de Energía de su próximo gabinete de Chris Wright, quien también encabezará el recientemente formado Consejo Nacional de Energía de aquel país.

El citado Consejo Nacional de Energía será el responsable de coordinar a las dependencias del sector energético federal estadounidense y de autorizar específicamente, la producción, generación, distribución, regulación y transportación de todas las formas de energía, según refiere el comunicado presidencial. Su muy ambiciosa misión será la de “asegurar” el predominio energético norteamericano, limitando restricciones regulatorias, aumentando las inversiones del sector privado en todos los sectores de la economía y, lo más relevante de todo, promoviendo la innovación y la mejora tecnológica.

Llama la atención que el señor Wright es un científico empresario que presidió anteriormente el Consejo de Libertad Energética (Board of Liberty Energy), cuya misión era brindar accesibilidad energética a todas las comunidades en el mundo. Adicionalmente, es un impulsor de la conocida “revolución shale”, que fue la transformación experimentada por la industria energética global, con la técnica de fracturación hidráulica (fracking) y perforación horizontal de yacimientos de esquisto, a la que México se ha opuesto, inclusive con una iniciativa presidencial de cambio constitucional, en discusión actualmente en el Congreso de la Unión.

El esquisto es una roca metamórfica, que se forma cuando la arcilla o pizarra se someten a altas presiones y temperaturas. Se caracteriza por su estructura laminada y su capacidad para dividirse en láminas delgadas.

El “fracking” se ha criticado por supuestos daños ecológicos, a la fecha no probados. Lo cierto es que esta revolución desarrollada principalmente por los Estados Unidos, fue instrumentada masivamente hace menos de veinte años y le permitió al vecino del norte incrementar su producción petrolera de 5 millones de barriles diarios en 2008 a 13,800 millones en 2024, incluyendo condensados; mientras la nuestra, con la barrera ideológica, ha declinado de 3 millones 400 mil barriles diarios a 1,700 millones, también incluyendo los condensados.

Paradójicamente y a pesar de la prohibición del “fracking” en nuestro país, somos importantes promotores, al importar de Estados Unidos más del 82% del gas que consumimos, mismo que se obtiene mediante esta técnica extractiva.

Según estadísticas internacionales de la energía, Estados Unidos ha producido más crudo que ningún otro país en todo el mundo durante los últimos seis años consecutivos.

Contrastan fuertemente las posturas de los socios comerciales. Mientras en nuestro país insistimos en mantener obstáculos normativos, técnicos y financieros a la exploración y extracción de combustibles fósiles, sustentados en costosas ideologías que lejos de fortalecer el aforismo de la lejana soberanía energética, lo debilitan, en los Estados Unidos, gobiernos demócratas y republicanos, indistintamente, le apuestan a mejorar la competencia y el ambiente de inversión, para asegurar su abasto y predominio energéticos.