Dr. Fernando Antonio Herrera Martínez.- Amigos y paisanos en Delicias, Chihuahua y Juárez me dijeron: “Ya deja de hablar de Corral en tus columnas”. Los escuché y dejé por varias semanas de señalar lo que le hizo a todos los que denominaron Expedientes X, pero ahora, más que nunca, se confirma que los odios y rencores de Javier Corral se salen de los parámetros de lo normal y sí son y han sido siempre odios pasionales.
Por eso la saña, el coraje, el vituperio y la persecución. El chantaje económico o sexual, la orden tajante de que nadie obtuviera los derechos que la Constitución y la ley les daban, a nadie le respetaron el debido proceso, pero además de todo ordenó la tortura, aunque se ría de la tortura psicológica; obviando que la CNDH aplicó el rigor del Protocolo de Estambul a los denunciantes y dio positivo.
Siempre dijo que Panchito era su fiscal Anticorrupción, pero lo hacía a propósito, porque en realidad el cargo de Panchito era de fiscal de Derechos Fumanos y Gemma Chávez la de Anticorrupción. Es lógico que Javier fingiera confundir el cargo ante las acusaciones de tortura, no se veía nada bien que el encargado de evitarlas fuera el que las aplicaba.
Javier tiene cuentas pendientes, personales con mucha gente, pero con la Justicia tiene cuentas que deben ser presentadas ante juez competente y que a él sí se le respete el debido proceso. Y si es inocente, como lo grita a los cuatro vientos, bien, pero, de lo contrario a pagar deudas con la sociedad.
Lo más amargo con Javier es su temple para mentir, engañar y engatusar; mañoso, pues, pero con labia y poder, así nos fue a los chihuahuenses y al estado con ese ser y su vida de crápula que presidió un desgobierno aunque para los puestos anteriores de diputado local, federal y su primera senaduría y su primera candidatura que perdió ante Reyes Baeza en 2004, no era elegible por ser nacido en otro país.
No le importó. Su egolatría y narcisismo se impusieron sobre el amor que decía tener por esta tierra. Hoy sabemos la verdad, lo dijo el profe Villarreal y se confirmó lo que todo el estado sabía, pero no había testigos de primera mano: La desgracia de Chihuahua y de los perseguidos estuvo en sus desvíos, no en la razón ni en la justicia.