Jorge Quintana.- El desempeño académico de los estudiantes se mide por medio de un sistema de evaluación que permite conocer el resultado de su trabajo en el ciclo escolar y se expresa a través de una calificación que va del cero al diez y que permite reconocer al o la estudiante con la palabra “promovido” si esta calificación es de seis (6) o más y “no promovido” si la calificación es menor a seis (6).
Durante muchos años este sistema de evaluación permitió conocer, además del desempeño de los alumnos, el desempeño de las y los docentes del nivel básico de la educación, así como de los niveles subsecuentes.
El resultado de las evaluaciones, junto con exámenes nacionales e internacionales, como la que realiza la OCDE a todos los escolares de secundaria de los países miembros, nos permitía conocer el nivel de desarrollo del sistema educativo público del país.
La evaluación también proveía a las autoridades educativas de elementos fundamentales para establecer programas de actualización magisterial y programas de estímulo a la carrera docente. Es importante destacar que la calificación final es la expresión numérica del aprovechamiento académico de los escolares y del promedio del grupo, este resultado permite valorar la calidad y capacidad de los docentes.
A partir de este fin de ciclo escolar, la Secretaría de Educación Pública, por conducto de su titular, toma la decisión de que ningún alumno del sistema educativo nacional podrá ser evaluado con el resultado numérico menor a seis (6), esto significa que nadie deberá repetir curso o ser reprobado, todos y todas serán promovidos al siguiente grado escolar.
Luego entonces, ¿cómo evaluaremos el desempeño del magisterio, de los centros escolares y de la población escolar?
La planeación del maestro o la maestra del siguiente grado partirá de una premisa falsa, por lo que tendrá que dedicar buena parte del ciclo lectivo a recuperar conocimientos no adquiridos por los integrantes del grupo o a retroalimentar a sus alumnos, con los contenidos del anterior grado, dada la disparidad que va a encontrar en el rendimiento académico del conjunto de alumnos.
Las deficiencias en el diseño y la planeación del sistema educativo en la oferta académica en tiempos de pandemia, así como el escaso avance en el equipamiento y dotación de servicio de comunicación del país, en suma el crecimiento de la brecha digital y las condiciones de pobreza de la población, ha significado un retroceso importante en el logro educativo nacional, que a estas alturas ni se ha evaluado, menos se le ha puesto empeño para privilegiar el desarrollo educativo por los encargados de la política nacional.
Mientras la decisión sea soslayar el rezago y hacer como que todos saben lo suficiente para avanzar en el grado escolar, el sistema educativo nacional se va a seguir quedando estancado, por lo tanto, el desarrollo social y económico también seguirán estancados.
Lo que no se evalúa, está condenado a fracasar.
Si el Plan Nacional de Desarrollo es un compendio de políticas, más que una guía de objetivos, metas y estrategia, no podemos esperar que el Plan Sectorial de Educación sea diferente; por el contrario, será siempre un catálogo de buenas intenciones, si es que existe este Plan Sectorial.
Ahora es evidente la ausencia de una política educativa que dé certidumbre a los habitantes del país, en el futuro de su niñez y juventud.