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Vamos bien… pero ¿hacia dónde?

Héctor Ramón Molinar Apodaca (Facilitador Privado).- En sus conferencias matutinas, la presidenta Claudia Sheinbaum suele afirmar que “vamos bien como gobierno y como pueblo”. Y aunque es una frase que busca inspirar confianza, vale la pena detenernos a observar si ese optimismo coincide con la realidad que vivimos los mexicanos en la calle, en el trabajo y en el corazón de nuestras familias.

Porque sí, es justo reconocer que hay avances. El país no se derrumba, como algunos anunciaban y los datos económicos y sociales lo confirman: el desempleo ronda apenas el 2.8%, el salario mínimo se ha triplicado en menos de una década y cerca de ocho millones de personas salieron de la pobreza entre 2022 y 2024. Son logros que ningún análisis honesto puede negar y que se deben, tanto a la continuidad de los programas sociales como a la estabilidad política del momento.

Pero “ir bien” no significa “haber llegado”. En México todavía una de cada tres personas vive en pobreza; millones trabajan sin seguridad social o con ingresos insuficientes; y buena parte de la inversión extranjera que llega no es nueva, sino reinversión de lo ya existente. El crecimiento económico apenas ronda el 1.5% anual, y si bien las finanzas públicas están bajo control, no hay margen para grandes errores. Es como manejar en carretera con gasolina justa: el motor funciona, pero no se puede acelerar demasiado.

Donde el discurso optimista se desvanece es en la realidad de la seguridad. Aunque el gobierno presume una reducción en homicidios, el país sigue sufriendo una violencia cotidiana que no se mide solo en estadísticas. Hay regiones donde la gente vive con miedo, jóvenes atrapados por el crimen organizado y niñas y niños utilizados como escudos o sicarios. Mientras eso ocurra, no podemos decir que México “va bien” en sentido humano. La vida sigue valiendo demasiado poco en demasiados lugares.

Tampoco basta con repartir apoyos o inaugurar obras. El verdadero bienestar no se construye con dádivas, sino con instituciones fuertes, educación de calidad, justicia efectiva y libertad real para decidir el propio destino. Vamos bien si los programas alivian la miseria, pero iremos mejor cuando los mexicanos no necesiten depender de ellos para vivir con dignidad.

Otro reto es el ánimo social. El país está polarizado: unos defienden todo, otros niegan todo. En medio, la mayoría solo quiere paz, trabajo y verdad. Esa es la voz que más necesita escuchar el poder. La democracia no se fortalece con aplausos, sino con ciudadanos críticos que señalan lo que duele sin odio y reconocen lo que avanza sin fanatismo.

Decir que “vamos bien” puede ser cierto en algunos rubros, pero el rumbo final depende de hacia dónde queramos ir como nación. Si el objetivo es un país con menos desigualdad, menos miedo y más futuro para los niños y adolescentes —los mismos que hoy crecen entre pantallas, adicciones y reclutamientos forzados—, entonces todavía falta mucho por hacer.

Vamos bien… pero debemos cuidar no confundir el camino con la meta. Un pueblo va bien cuando se siente seguro, cuando sus jóvenes pueden soñar sin miedo y cuando la verdad se dice sin temor al poder. Si logramos eso, entonces sí podremos decir, sin discursos ni mañaneras, que México va bien.

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