Alejandro Zapata Perogordo.- Ha llegado el momento de entregar la administración al concluir el periodo presidencial para el que fue electo y deja el país sumido en un verdadero caos; una situación sin precedente alguno. López Obrador se va, lo que se queda es una estela de descomposición precedida por un sexenio plagado de torbellinos que culmina con vientos huracanados destruyendo todo a su paso.
Es lamentable que en un país como el nuestro, donde existen muchas necesidades que requieren de la participación solidaria de todos para paliar las desigualdades, se haya sembrado la discordia y fragmentando a la sociedad. Durante esta administración se impulsó una nueva clase económica y, además, se consintió a los grandes capitales, se les dieron privilegios y facilidades.
Mientras ello acontecía, despreció con todo tipo de calificativos a las clases medias aspiracionistas. El discurso de reconciliación nacional y la recomposición del tejido social quedó atrás, se dedicó a dividir a los mexicanos con mensajes de odio y rencor, lo más triste es que logró su objetivo: ahora estamos en bloques, la confrontación fue provocada intencionalmente con el ánimo de mantenernos distanciados unos de otros.
Se abandonó la educación cívica y la formación de ciudadanía, en contraste, el avance de la delincuencia organizada se incrementó sustancialmente, incluyendo el reclutamiento de jóvenes. Se ahonda aún más la descomposición cuando esos cárteles, sin pudor alguno y menos autoridad que los controle, participan en los procesos electorales.
El desprecio al Pacto Social y el Estado de Derecho ha puesto en vilo a toda la Nación, ocasionando una crisis de constitucionalidad ante la pretendida reforma al Poder Judicial Federal, que desnaturaliza la división e independencia de los poderes soberanos. Se quiere hacer un drástico cambio de régimen a partir de una dictadura parlamentaria; por cierto, artificial y tramposa, sometida a la arbitraria decisión de una persona autoritaria.
Ante los constantes atropellos, desde hace meses que la gente comenzó a salir a las calles y las plazas públicas a protestar, denunciar y defender a las instituciones del país que se han visto amenazadas.
Un dato importante para resaltar son las manifestaciones de los jóvenes universitarios que han dejado momentáneamente las aulas y tomado la vía pública en rechazo a la imposición de la reforma al Poder Judicial. Es significativo el movimiento estudiantil, pues representa una generación fresca que levanta la voz ante el abuso.
También es de reconocer la resistencia que han tenido las personas que integran el Poder Judicial Federal, que en la defensa de sus derechos se han enfrentado con decisión y argumentos a los otros dos poderes: el Ejecutivo y Legislativo, sobra decir, que este colegiado incurrió en evidente desacato a diversas suspensiones derivadas de juicios de amparo.
Es preocupante la situación que impera, son muchos los agravios cometidos, comenzando por romper de tajo el Estado de Derecho, al no respetar la propia constitución, orden supremo que tiene por objetivo mantener la armonía y paz social a través del correcto ejercicio de las funciones públicas.
Al trastocar el núcleo básico constitucional, sin que las decisiones del árbitro natural sean acatadas, el paso siguiente es el desorden.