Carlos Villalobos.- La lectura en México siempre ha sido tratada como un territorio sagrado, casi ceremonial, un espacio donde, si no has leído a ciertos autores, generalmente densos hasta la exasperación, eres visto como un intruso. Esa sacralización ha levantado un muro invisible que ahuyenta a nuevas generaciones y deja a quienes sí leen con el temor de ser juzgados. Y en medio de ese ambiente, por fin llegaron los resultados del Módulo de Lectura (MOLEC) 2025, tarde, pero con un hallazgo que ha puesto incómodo al yihad cultural de siempre: México sí está leyendo, solo que no como algunos quisieran.
Este año, el MOLEC hizo un movimiento clave con la ampliación del universo de estudio que incluyó a las personas de 12 años en adelante. Parece un cambio menor, pero es una corrección histórica. La lectura juvenil había sido tratada como si no existiera, como si despertar gusto por la lectura fuera cosa que sucede mágicamente al cumplir 18. Con ese ajuste metodológico se iluminaron prácticas, formatos y materiales que el canon insiste en mirar de reojo como la narrativa gráfica, el manga, el cómic, la lectura digital y las redes sociales como espacios donde también se forma el hábito lector. Un amable recordatorio de que la lectura no empieza con Cortázar ni termina con Borges.
Aun así, creo que el estudio todavía se queda corto, ya que los audiolibros quedaron fuera porque la definición oficial de lectura continúa anclada al acto de “descifrar códigos”. Una visión funcional, sí, pero que ya no alcanza a explicar la experiencia lectora contemporánea, atravesada por pantallas, por experiencias sonoras y por nuevos modos de narrar.
De entre toda la estadística, aquí viene la sorpresa que incomodó a más de uno: 8 de cada 10 mexicanos leemos algo ¡Así es! ¡LAS Y LOS MEXICANOS LEEMOS!
La estadística de lectura creció porque ahora se contabilizan blogs, páginas web y foros, situación que no sustituye al libro, ni lo pretende, pero sí funcionan como materiales complementarios de enorme riqueza. Por otro lado, la lectura de libros impresos se mantiene en un 45 % en zonas urbanas, un porcentaje que lleva una década sin moverse. Es decir, la base es la misma, lo que cambia es la forma en que leemos.
La lectura digital, que hoy sostiene a la mayoría, tiene una ambigüedad natural: la abundancia de estímulos no garantiza profundidad. Leemos más, sí, pero probablemente no necesariamente mejor, dando pie a uno de los tantos dilemas del siglo XXI, la expansión de la audiencia, pero no necesariamente la profundidad de la lectura.
Sin embargo, no todo es superficialidad, ya que, por primera vez, el promedio de libros leídos superó la barrera histórica de los tres títulos al año, un salto, presumiblemente impulsado de acuerdo a especialistas, por la inclusión del público joven. Además, el tiempo promedio de lectura llegó a la hora diaria, algo que ni el encierro pandémico logró y quizá lo más revelador fue que el 72% de quienes leen lo hacen por gusto. No por obligación escolar, no por compromiso laboral, ¡POR GUSTO!
Otro mito cayó demasiado rápido y es que las y los jóvenes no solo leen, sino que encabezan la lectura literaria y de narrativa gráfica. Entre los 12 y 24 años, la literatura es el género favorito, con un 52%. Mientras tanto, los mayores de 40 años prefieren la autoayuda. Las generaciones ya no buscan lo mismo. Unos requieren ficción para explicarse, otros buscan respuestas para sobrevivir.
Lo más inesperado, pero que en silencio festejo con locura, es que las y los lectores de periódicos se están rejuveneciendo. Contra todo pronóstico y contra lo que muchos periodistas creen, el MOLEC muestra que quienes más leen periódicos son los jóvenes de 12 a 24 años. Las personas mayores afirman lo contrario, pero las cifras los desmienten. La costumbre cambió de manos sin que nos diéramos cuenta.
Y, como siempre, el origen del hábito sigue siendo el mismo, el ejemplo. La mayoría aprendió a leer porque había libros en casa, porque les leían o porque veían leer. Bibliotecas y librerías vuelven a quedar al margen como influencias directas, lo que subraya la urgencia de impulsarlas, no solo como espacios para conseguir libros, sino como verdaderos centros comunitarios.
Entonces, ¿estamos frente a una victoria? ¿A una derrota? ¿El futuro es hoy viejo? Yo diría que es un avance importante, pero todavía no es momento de celebrar. Habrá que esperar el próximo MOLEC para saber si este nuevo enfoque, que al fin no subestima a las juventudes, logrará mover la aguja en serio. Ahí veremos si se fortaleció la lectura desde las bibliotecas y si dejamos de pensar el hábito lector como un ritual de élites.
Por ahora, lo cierto es una cosa, México sí lee. Solo hace falta mirar en el lugar correcto.
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