Aída María Holguín Baeza.- Aún en el marco del Día Internacional para Eliminar la Violencia contra la Mujer, conviene recordar que esta problemática sigue siendo una de las violaciones de derechos humanos más extendidas del mundo.
Este año, la conmemoración puso el foco en un ámbito muy subestimado: el digital, un espacio donde la violencia de género se ha multiplicado y sofisticado, afectando especialmente a mujeres con presencia pública y a niñas expuestas a nuevas formas de abuso en línea.
Debe quedar claro que la violencia digital no es un fenómeno menor ni un conflicto “solo en Internet”; es una extensión real y devastadora de la violencia de género. Actualmente, casi una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual, y ese mismo patrón se amplifica en plataformas digitales donde el anonimato y la impunidad actúan como cómplices.
Las cifras no mienten y revelan una amenaza creciente: 38% de las mujeres ha sido víctima directa de violencia en línea; 85% ha presenciado ataques; 73% de las periodistas ha sido agredida y entre 90 y 95% de los deepfakes son pornografía no consensuada, dirigida en su mayoría a mujeres. Y lo más preocupante es que este abuso traspasa las pantallas derivando con frecuencia en coacción, control, agresiones físicas y, en casos extremos, feminicidios.
Lo grave es que, pese a esta terrible situación, menos del 40% de los países cuenta con leyes que penalicen el ciberacoso o el ciberacecho, dejando así a 1,800 millones sin acceso a protección jurídica. Mientras tanto, las plataformas tecnológicas continúan operando con políticas insuficientes que permiten la proliferación de discursos de odio, manipulación de imágenes mediante IA, filtración de datos personales y redes misóginas cada vez más organizadas.
Entonces, frente a esta realidad, el lema para este año del Día Internacional para Eliminar la Violencia contra la Mujer, “ÚNETE para poner fin a la violencia digital contra las mujeres y las niñas”, deja de ser simbólico para convertirse en una urgencia que exige que los gobiernos actualicen sus marcos legales, que las tecnológicas asuman responsabilidades, que los donantes fortalezcan a las organizaciones que acompañan a víctimas y que la sociedad rechace la normalización del abuso en línea.
Eso, en el entendido de que ignorar la violencia digital es permitir que crezca. Y por eso, asumirla como un problema colectivo es el primer paso para garantizar que ninguna mujer tenga que abandonar su voz, su espacio o su seguridad por miedo a ser atacada. Porque la violencia digital también es violencia real y combatirla es una tarea impostergable.
A modo de conclusión, finalizo citando lo dicho por el psicólogo experimental y lingüista canadiense-estadounidense, Steven Pinker: El declive de la violencia no es un plano inclinado y constante […] La tecnología, la ideología y los cambios sociales y culturales generan periódicamente nuevas formas de violencia que la humanidad debe afrontar.
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