“Pero el centurión replicó diciendo: Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo, mas solamente dilo con una palabra y quedará sano mi criado” (Mt 8, 8)
Antonio Fernández.- San Pablo pregunta a todo hijo creado por Dios, que somos todos: “Mas ¿Cómo invocarán a Aquel en quien no han creído?”
Repasando Nuestra Santa Madre Iglesia desde la Natividad del Señor los acontecimientos de su vida peregrina por el mundo, cada año revive en el interior de todo habitante de la tierra, en especial del cristiano católico, el principio de la redención de las almas.
Debe ser éste el alimento espiritual en el quehacer de la vida diaria para alcanzar la paz espiritual que despierte en el fiel a Cristo Nuestro Señor el deseo de alabarle y servirle con los actos de su existencia.
Mas para que esto sea así, es necesario agudizar por medio de los valores del alma (memoria, entendimiento y voluntad) la palabra de Jesucristo Nuestro Señor en los Santos Evangelios, su predicación, sus prodigiosos milagros, las obras de misericordia.
Al ahondar en cada acontecimiento, descubriremos que su palabra siempre fue ir a lo profundo de cada corazón, por lo que es de imaginar lo que conoce de las acciones que el ser humano realizó ante su divina mirada.
Cierto es que su palabra era escuchada en el sentido contrario de su predicación, porque ésta calaba en la realidad de la vida que tenía cada persona, entendían las promesas que dio a conocer, pero temían. Apreciaban la verdad de su palabra, pero temían aceptarla; a pesar de conocerla se quedaban en la intención insegura.
El Señor no dejó y ni dejará de profundizar en los corazones descubriendo la maldad de la hipocresía, la perversión de una vida amoral, adulterios, dolo, engaño y rapacidad, intrigas y actitudes cicateras. Lo más grave, conocer en los corazones la desconfianza, duda y negación a su divinidad de Hijo de Dios, conocer el desprecio que guardan en su interior.
Los comentarios injustos en su contra, aun sabiendo que vino al mundo a salvarles del pecado; conocer la molestia que en sus enemigos causa, es su derecho como Dios perdonar los pecados, pues a pesar del tempestuoso trato contra el Hijo de Dios, no ha dejado de escudriñar los corazones.
¿Por qué hacía esto el Señor? Sencilla es la respuesta. Su Cátedra tiene un punto esencial y una razón, a la vez que enseña al instante aprecia si en realidad quedó asimilada en el corazón la fe en su divinidad, que a los dos mil veintiún años la humanidad ha apagado de su corazón el creer que Cristo Nuestro Señor fue enviado por su Amado Padre al mundo para salvarlo del pecado, despreciando el bien misericordioso que viene de Dios Creador de las almas, pero aun así Cristo Nuestro Señor no descansa para descubrir en las almas de fe si es o no realidad la humildad de ella.
Pensando en la realidad de este siglo XXI se pregunta: ¿Qué pasaría si Cristo Nuestro Señor volviera a este siglo en las mismas condiciones de hace dos mil y tantos años a conocer el fruto por Él sembrado que hoy es de incredulidad?
Una tristeza embargaría su Sagrado Corazón al encontrar la rebeldía y soberbia maligna que, si en el tiempo de su primera venida era mala, hoy es mayormente malvada, traidora y desleal en contra de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.
Se aclara, el motivo de la duda es porque nadie puede decir que no es real ya que lo vemos a diario en el mundo en el que vivimos, solo hay que preguntar cada quien a su corazón si en verdad tiene fe en Cristo Nuestro Señor.
El Hijo de Dios vino a salvarnos del pecado, pero la incredulidad tendrá una panorámica de sí mismo, quizá, quienes fingen creer, lo hacen para simular que son, cuando en realidad son falsos ante Dios. Otros al intentar hacerlo dan marcha atrás y dirán que es cosa de juego o niños del catecismo; otros molestos dirán: ¡Mira en lo que me haces perder el tiempo!
Se dirán más aberraciones, pero la realidad lo manifestaría la conciencia sentenciando: “¡Mientes! Es imperioso te preocupes por tu salvación acercándote arrepentido y humilde al Señor con fe y confianza, de otra forma estas perdido”.
Reflexionando, es inexplicable que el ser humano se obsesione por vivir contra corriente, vivir entre la espada y la pared, vivir al borde del precipicio. Viendo el entorno de la conducta humana surge la pregunta: “¿Cómo es posible que haya hecho eso si sabía que le iba a ir mal? Ahora se complicó la vida”. La caridad fraterna es pedir por ellos sin esperar nada para uno mismo, el bien será más apreciado solicitarlo para él prójimo.
Acertado pensamiento de San Agustín: “Porque Dios está en el hombre y el hombre en Dios”, pero dirá el pecador ¿Cómo es posible eso? Sí Dios es todo Omnipotente, inmutable y más de lo que la inteligencia diga, entonces Dios ve cada alma de la misma forma que Jesucristo Nuestro Señor, que siendo Dios veía a todos y a cada uno de los que estuvieron con Él.
En ellos conoce con toda claridad su buena fe, su incredulidad, su desprecio, aun así, Él está en cada uno de ellos, que sabiendo que no debían cometen pecado, que temerosos, o por la práctica de las maldades perdían todo temor de Dios, pero la paciencia de Dios en vida del pecador es infinita.
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