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Jesús de Nazaret: defensor de la dignidad humana y precursor de la democracia

Lic. Héctor Ramón Molinar Apodaca (Facilitador Privado No. 24).- En los tiempos de Jesús no existían las democracias modernas ni las declaraciones de derechos, pero su mensaje sigue siendo el más poderoso alegato a favor de la libertad, la equidad y la justicia que haya conocido la humanidad.

Jesús de Nazaret se enfrentó al poder cuando este oprimía, habló con mujeres cuando la ley las silenciaba, abrazó a leprosos cuando eran excluidos y defendió a los pobres y marginados cuando nadie lo hacía. Fue, en toda la extensión del término, un defensor de los derechos humanos antes de que existiera ese concepto.

Predicó que todos somos hijos de un mismo Padre y con ello sembró la idea de igualdad esencial entre las personas, la no discriminación y el respeto al valor de cada vida humana. Sus parábolas —el Buen Samaritano, el Hijo Pródigo, el Obrero de la Última Hora— son auténticas lecciones de justicia social y de libertad interior. En ellas no hay privilegios por origen, raza o riqueza, sino dignidad para todos.


Por eso, más que un tema religioso, Jesús representa un ideal ético y cívico: el de la persona que busca transformar la injusticia sin odio, que antepone la verdad al poder y que enseña a amar al prójimo como fundamento de la convivencia humana.

La Biblia y la educación laica

Algunos sectores agnósticos sostienen que la Biblia no debe enseñarse en las escuelas porque la educación mexicana es laica. Pero esa interpretación es incompleta y, a menudo, descontextualizada.


El artículo 3º constitucional dispone que la educación será laica, gratuita, obligatoria y democrática. La laicidad, sin embargo, no significa negar a Dios ni borrar la dimensión espiritual del ser humano; significa que el Estado no impone una religión, pero tampoco prohíbe el conocimiento de los textos sagrados como parte del patrimonio cultural y ético de la humanidad.

Enseñar la Biblia en las escuelas no es catequizar, sino educar en cultura, valores y pensamiento crítico. La Biblia puede estudiarse como fuente literaria, histórica y moral, igual que se estudian los textos de Homero, Confucio o los códices prehispánicos. Ningún otro libro ha influido tanto en la literatura, el arte, la música, la filosofía y el derecho de Occidente. Conocerla es comprender las raíces mismas de la civilización y de los valores democráticos que defendemos hoy.

La laicidad en su origen y su sentido actual

Las Leyes de Reforma del siglo XIX establecieron la separación entre Iglesia y Estado como respuesta a los abusos del poder clerical de su tiempo. Fue una decisión histórica que garantizó libertad de conciencia y fin del monopolio religioso. Pero en pleno siglo XXI, las circunstancias son distintas: el Estado mexicano es plural y democrático, y debe interpretar la laicidad conforme a los derechos humanos reconocidos en la Constitución y los tratados internacionales.

Hoy, la laicidad moderna no excluye lo religioso, sino que protege la libertad de creer o no creer. Impedir que se estudie la Biblia por motivos ideológicos sería una forma de censura cultural. El propio artículo 1º constitucional obliga a interpretar todas las normas en sentido pro persona, favoreciendo la mayor protección de los derechos. Y entre ellos está el derecho a una educación integral, libre y con identidad cultural.

Jesús y los valores democráticos

Cuando Jesús dijo “El que quiera ser el primero, sea el servidor de todos”, estableció el principio de liderazgo al servicio del pueblo, el mismo que inspira a las democracias modernas. Cuando detuvo la lapidación de una mujer, defendió la presunción de inocencia y el derecho a la misericordia sobre el castigo. Cuando habló del juicio final, dijo que se juzgará a cada uno por haber alimentado al hambriento, vestido al desnudo y visitado al preso: una definición temprana de justicia social.

En su tiempo, estas ideas fueron revolucionarias. Hoy siguen siendo el fundamento moral de las instituciones, las constituciones y los derechos universales. Jesús no buscó el poder político, pero inspiró la conciencia de libertad que hace posible la democracia.

Conclusión

México necesita una educación que forme ciudadanos libres, críticos y con sentido ético. Enseñar la Biblia —como texto histórico y literario— no es un retroceso, sino un avance cultural que ayuda a comprender el origen de los valores universales que hoy defendemos. La educación laica y la enseñanza bíblica no son enemigas: una garantiza la libertad de conciencia, la otra nutre el alma de valores humanos.


Negar el conocimiento de la Biblia por miedo o prejuicio es empobrecer la educación. Una nación verdaderamente libre no teme al conocimiento: lo abraza, lo estudia y lo enseña con respeto.

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