Bagdad- Vivir una vida satisfactoria es un derecho humano fundamental. Según una encuesta reciente sobre derechos humanos realizada en diversos países por la agencia de noticias Xinhua, casi el 70 por ciento de los encuestados está de acuerdo en que el sentido de ganancia, seguridad y felicidad de la gente común es un indicador importante de la situación de los derechos humanos de un país.
Sin embargo, para muchos, los derechos humanos básicos, a saber, los derechos a la subsistencia y al desarrollo, todavía están fuera de su alcance debido a la intervención de Occidente, mientras que para otros, la felicidad también es un lujo.
Derechos de subsistencia y desarrollo
“Si Alan todavía estuviera vivo, tendría nueve años”, dijo en voz baja Abdullah Kurdi, un refugiado sirio de 45 años, mientras miraba a su hijo en un cuadro.
En la pared de la casa de Kurdi en la ciudad de Erbil, en el norte de Irak, cuelga una pintura: una sirenita nada para rescatar a Alan mientras yace boca abajo en la playa, pero el niño de tres años ya no respira.
En 2015, la imagen del pequeño Alan “durmiendo” en la playa del Mediterráneo se convirtió en una de las más desgarradoras de la crisis de refugiados en Europa ese año. El hijo mayor de Kurdi, de cinco años, y su esposa también murieron en el naufragio. Hoy en día, todavía se están produciendo tragedias similares en algunas partes del mundo.
Después de seis años de guerra y desplazamiento, supervivencia y renacimiento, Kurdi le contó a Xinhua sobre la sangre y las lágrimas de una familia de refugiados.
El 2 de septiembre de 2015, un grupo de personas en tres autos llegó en medio de la noche a un pueblo pesquero frente a la costa de Bodrum, una ciudad en el suroeste de Turquía. Kurdi, su esposa y dos hijos estaban entre ellos. Navegarían a través del Mediterráneo hasta Grecia.
En ese momento, cuando la crisis siria entró en su quinto año, la situación se volvió cada vez más caótica, las vidas fueron destruidas por los combates y el contrabando se convirtió en el último recurso para muchos.
No fue hasta el último momento que Kurdi se dio cuenta de que lo que les esperaba no era una lancha rápida como prometieron, sino un humilde bote que ni siquiera podía contener a pocas personas.
“Me negué a subir al barco, pero los contrabandistas tenían armas. En este punto se trató de subir a bordo o morir”, recordó.
Kurdi sabía que el camino por delante sería peligroso, pero nunca pensó que fuera realmente un camino sin retorno. El barco estaba tan sobrecargado que las enormes olas lo volcaron pocos minutos después de zarpar. Kurdi sobrevivió, pero perdió a su esposa Rehanna, su hijo mayor Ghalib y su hijo menor Alan.
En ese año, el número total de refugiados que intentaron cruzar el mar Mediterráneo hacia Europa como la familia Kurdi superó el millón, la gran mayoría procedentes de Siria.
Desde los disturbios en Asia Occidental y África del Norte en 2011, ha habido un flujo constante de refugiados a través de las fronteras de Europa de sur a este.
Desde el sur y el sureste, un gran número de refugiados intenta viajar a Europa a través del Mediterráneo: a España vía Marruecos y Argelia, a Italia vía Túnez y Libia, o a Grecia vía Turquía. Pero muchos nunca llegaron al otro lado.
Las personas desarraigadas, muchas de ellas de países devastados por la guerra en Asia y África, han sido separadas de sus seres queridos y han renunciado a todo lo que tienen con la esperanza de sobrevivir. Así le ocurrió a la familia Kurdi.
El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados estima que en 2011, el año en que comenzó la llamada “Primavera Árabe”, el número de refugiados que llegaron a Europa y murieron en el Mediterráneo alcanzó más de 58,000 y 1,500, respectivamente, el nivel más alto desde 2006.
Y esto es solo el principio. A medida que continúan los disturbios en Asia Occidental y África del Norte, la crisis de refugiados empeora.
De 2014 a 2019, más de 100,000 personas fueron pasadas de contrabando cada año a través del Mediterráneo a Europa. Más de 20,000 migrantes murieron en el mar entre 2014 y 2020. En el primer semestre de 2021 fallecieron 1,146 personas, un 58 por ciento más que en el mismo período del año pasado.
Permanecer en Siria puede significar para ellos morir en la guerra; al cruzar a Europa, podrían morir en el Mediterráneo o en algún otro lugar del camino. Esa es la dura elección a la que se enfrentan la familia Kurdi y millones de personas en Siria y otros países devastados por la guerra.
Para cualquiera, si no se garantiza el derecho a la subsistencia, todos los demás derechos son meras ilusiones. En la encuesta realizada por Xinhua en diez países árabes de Medio Oriente, incluidos Siria, Irak, Yemen y Egipto, alrededor del 70 por ciento de los encuestados espera “vivir mejor”.
“La supervivencia es el derecho de los sirios”, declaró el portavoz de la oficina siria del Comité Internacional de la Cruz Roja, Adnan Hazim.
Agregó que “no solo estamos hablando de sirios, estamos hablando de la humanidad en su conjunto. Este derecho debe disfrutarse en todas partes y en todo momento”.
La intervención de Occidente
La familia Kurdi había vivido en paz en la ciudad fronteriza siria de Kobani. En 2011, estalló la crisis siria y la situación siguió deteriorándose. Alrededor de 2013, acotó Kurdi, las cosas fueron diferentes porque llegó el Estado Islámico.
“También podríamos haber muerto en Siria”, se lamentó Kurdi. “Mi esposa podría haber sido capturada y mis hijos y yo podríamos haber sido asesinados. Todo el mundo sabe cómo es el Estado Islámico”.
En 2003, Estados Unidos invadió Irak alegando la existencia de armas de destrucción masiva y derrocó al régimen de Sadam Husein.
En ese momento, la Administración Bush buscó replicar el modelo político estadounidense en Irak con su llamada “iniciativa del Gran Medio Oriente”, pero pronto cayó en una confrontación a largo plazo con grupos armados. La guerra prolongada ha proporcionado un espacio vital para Al Qaeda.
En 2011, Estados Unidos mató al líder de Al Qaeda, Osama bin Laden, en Pakistán y luego comenzó a retirar sus tropas apresuradamente de Irak. Sin embargo, el caos que dejó atrás trajo graves consecuencias y las fuerzas terroristas extremistas aumentaron rápidamente.
Al mismo tiempo, Siria se vio sumida en una lucha civil por la “Primavera Árabe”, fomentada por Estados Unidos y Occidente. La rama iraquí de Al Qaeda aprovechó la oportunidad para expandir su influencia en Siria y se rebautizó como Estado Islámico, capturando territorios en ambos países y cometiendo muchas atrocidades espantosas.
Según el historiador suizo Daniele Ganser, el grupo extremista Estado Islámico fue en realidad “Hecho en Estados Unidos”.
“El miedo nos obliga a irnos”, reconoció Kurdi, y añadió que es una decisión que tienen que tomar muchas familias sirias. Kurdi se atragantó varias veces y con las manos presionó su ceño fruncido mientras se hundía en el dolor.
Seis años después, Kurdi todavía se culpa a sí mismo por enviar a su esposa e hijos a la perdición. Pero odiaba aún más la intervención que había destruido la paz y obligado a su familia a abandonar sus hogares.
“No entiendo la política (…) pero incluso una persona del común sabe que las armas ingresan a Siria desde países occidentales y la intervención de Occidente es la raíz del deterioro de la situación en Siria”, argumentó.
En los últimos años, Estados Unidos lanzó la guerra de Afganistán con el pretexto de la lucha contra el terrorismo, provocó la guerra de Irak utilizando un tubo de polvo blanco como prueba de las “armas químicas” del país árabe, se interpuso en el conflicto libio por motivos de “intervención humanitaria” y llevó a cabo ataques aéreos en Siria sobre la base de videos falsos montados por los Cascos Blancos. Y la lista continúa.
Según las estadísticas, desde 2001, las guerras y operaciones militares lanzadas por Estados Unidos en nombre del “antiterrorismo” han cubierto alrededor del 40 por ciento de los países del mundo, cobrando más de 800,000 vidas y desplazando a más de 38 millones de personas.
Solo en Siria, a finales de 2020, 13.5 millones de personas se vieron obligadas a abandonar sus hogares, más de la mitad de su población antes de la guerra.
Recientemente, en Europa del Este, un gran número de refugiados de Siria, Irak, Afganistán y otros países han sido bloqueados en las fronteras de Bielorrusia, Polonia y Lituania. A medida que se acerca el invierno, su destino es incierto.
Son los propios países occidentales los que han causado la actual crisis migratoria, dijo el presidente ruso, Vladimir Putin, quien señaló que los países occidentales lucharon durante muchos años en Irak y Afganistán.
Esperanza de paz y estabilidad
Después del naufragio en 2015, Kurdi enterró a sus dos hijos. Durante muchas noches no pudo salir de la pesadilla en la que gritaba y buscaba a sus hijos entre las olas embravecidas.
Kurdi solo tiene una foto del pequeño Alan y su hermano. Encontró la foto en un informe de noticias y la imprimió. Tomada en Estambul (Turquía) en el verano de 2015, la foto muestra al pequeño Alan sosteniendo a su hermano con su pequeña mano, vistiendo un corbatín y mirando tímidamente a la cámara.
Kurdi pensó una vez que su hijo mayor, Ghalib, se convertiría en médico, y ni siquiera había hecho planes para el muy joven Alan. El destino de la familia fue cambiado por la guerra y destruido por el naufragio.
La gente debe recordar la tragedia para asegurarse de que lo que sucedió nunca se repita. “No quiero que suceda una tragedia, la misma que les sucedió a mis hijos”, lamentó Kurdi.
Al preguntar sobre sus expectativas para el futuro, el 43 por ciento de los encuestados de Medio Oriente eligió “libre de guerras y conflictos”, según la encuesta de Xinhua sobre la gobernanza de los derechos humanos en el extranjero.
Para realizar este simple deseo, la paz y el desarrollo son esenciales. Según el Índice Anual de Miseria 2020, compilado por el economista Steve H. Hanke, de la Universidad Johns Hopkins, países como Venezuela, Zimbabue, Líbano, Libia e Irán se encuentran entre los de mayor presión para sobrevivir. El contexto interno para el desarrollo pacífico en estos países se vio a menudo deteriorado por interferencias externas.
Ante la consideración del “papel de la gobernanza estatal autónoma y eficaz en la protección de los derechos humanos”, más del 52 por ciento de los encuestados creía que es “extremadamente importante”, en tanto el 30 por ciento lo calificó de “muy importante”.
Ruanda es un ejemplo convincente. En el último decenio, el desempeño social y económico de ese país africano ha sido bastante impresionante en los informes económicos publicados por el Banco Mundial y otros organismos de las Naciones Unidas.
Sin embargo, en el siglo XX, Ruanda estaba plagada de la guerra civil y los disturbios, y su gente vivía en la pobreza. En 2000, el presidente ruandés, Paul Kagame, encontró y estableció un camino de desarrollo independiente que se ajustaba a las condiciones nacionales, lo que llevó al país a salir del fondo y dirigirse a un periodo de desarrollo rápido, para así mejorar los medios de vida de la gente.
Buscar una vida feliz es la aspiración común de personas de todos los países. No importa cuán débil sea la base de un país, mientras el ambiente sea pacífico y estable, se puede garantizar el derecho al desarrollo independiente, generando un gran potencial.
Cada 2 de septiembre, Kurdi entrega ropa y mochilas escolares a los niños en un campo de refugiados cercano. A menudo piensa que si no hubiera sido por las guerras y el barco de contrabando, Ghalib y Alan todavía estarían en la escuela.
A los niños como Alan se les privó de los derechos a la supervivencia y al desarrollo. El deseo de Kurdi y el objetivo para el resto de su vida es liberar a más niños del sufrimiento y el hambre, y ayudarlos a acceder a la educación y la atención médica.
Durante la entrevista, un niño de dos años muy parecido al pequeño Alan, y sosteniendo un chupete, entró en la sala de estar. Kurdi explicó que el menor nació después de que él formara una nueva familia, y también lo llamó Alan.
“Este nombre lleva mi memoria al pasado y también contiene mi esperanza de una nueva vida”, aseguró.
Xinhua