Héctor Ramón Molinar Apodaca.-
1) De dónde hablo
Soy abogado, facilitador privado y católico practicante. Creo en Dios y en la fuerza sanadora del Evangelio vivido con seriedad. Desde esa identidad —no a pesar de ella— apoyo el proyecto de la Cuarta Transformación y a la presidenta Claudia Sheinbaum. No lo hago por moda, por consigna, ni por odio a nadie. Lo hago por convicción ética y cívica: “Por el bien de México, primero los pobres”.
2) Fe y política: lo que sí enseña mi conciencia
A los creyentes nos corresponde actuar en la vida pública con una conciencia bien formada. La fe no es una huida del mundo; es una invitación a trabajar por el bien común, la dignidad de cada persona, la solidaridad y una opción preferencial por los pobres. También nos pide rechazar la corrupción, la impunidad y la violencia, venga de donde venga.
Quien piense que la fe obliga a apoyar necesariamente a un partido u otro, confunde lo esencial: el cristianismo no prescribe siglas, prescribe principios. Yo apoyo a la 4T porque, con sus luces y sombras, la entiendo como un esfuerzo por corregir desigualdades estructurales, dignificar a los últimos y combatir un sistema de privilegios que nos descompuso por décadas.
3) “¿Y el comunismo?”: aclaración necesaria
Algunas personas me acusan de respaldar “comunismo” o “ateísmo”. Respondo con serenidad:
• Defender programas sociales amplios, salarios justos y servicios públicos que funcionen no equivale a abolir la propiedad privada ni a perseguir la religión.
• Exigir que los recursos públicos dejen de concentrarse en unos cuantos no es lucha de clases, es justicia elemental.
• La laicidad del Estado no es antirreligiosa: garantiza que cada quien pueda creer y practicar su fe sin imposiciones, y que las políticas se diseñen para todas y todos.
Si hay quien utiliza la palabra “comunismo” como etiqueta para descalificar cualquier política social o regulación que ponga límites a los abusos, entonces el problema no es ideológico: es moral.
4) ¿Qué sí veo en la 4T?
Veo un horizonte que, si se cuida y se mejora, es compatible con mis convicciones cristianas y republicanas:
• Primero los pobres: orienta el presupuesto hacia quienes históricamente fueron descartados.
•Combate a la corrupción como eje de política pública, con avances y tareas pendientes.
• Política de derechos: salud, educación, pensiones, becas; no como dádiva, sino como piso de dignidad.
• Austeridad republicana: no es desprecio a la técnica ni a la cultura; es poner freno al derroche cínico del poder.
• Reconstrucción del Estado para que sirva a la gente y no a las camarillas.
¿Que hay errores, inercias y contradicciones? Por supuesto. Las digo sin miedo: la justicia cotidiana sigue lenta; hay que profesionalizar más áreas, blindar políticas de seguridad a la altura de las víctimas y proteger sin titubeos la libertad de expresión. Precisamente por eso participo y exijo: porque la crítica responsable es parte del amor a la patria.
5) Mi fe no es excusa para la indiferencia
Algunos me han dicho: “Apoyar a la 4T es ir contra Dios”. Yo sostengo lo contrario: ignorar al pobre, al enfermo, al migrante, a la madre sola, al joven sin oportunidades, eso sí contradice el Evangelio. La política no salva almas, pero sí salva vidas concretas cuando orienta sus decisiones a los más frágiles. Y cuando falla, nuestra tarea es corregir, no renunciar.
Ser creyente en la vida pública implica tres verbos: escuchar, discernir y servir. Escuchar a las víctimas, a los trabajadores, a las y los empresarios que generan empleo digno; discernir lo mejor posible entre lo perfecto imaginado y lo posible responsable; y servir sin esperar privilegios, ni contratos, ni prebendas.
6) A quienes disienten de mí (y quiero)
Tengo familiares y amistades a quienes amo, que piensan distinto. Les digo con afecto: no somos enemigos. Defender políticas de igualdad no me hace “anti-familia” ni “anti-libertad”. Tampoco mi apoyo me vuelve incondicional: si veo desvíos, lo diré. La democracia se sostiene en la convivencia de proyectos en competencia, con reglas claras, instituciones fuertes y ciudadanía vigilante. A eso apuesto.
Les propongo un diálogo sencillo:
• Conversemos con datos y argumentos, sin descalificaciones religiosas.
• Aceptemos que nadie tiene el monopolio de la virtud.
• Construyamos acuerdos básicos: cero corrupción, cero violencia, cero impunidad.
• Midamos los programas por su impacto real en pobreza, salud, educación y seguridad.
7) Líneas rojas y compromisos
Mi apoyo no es cheque en blanco. Estas son mis líneas rojas:
• Vida y dignidad: toda política debe poner al centro a la persona, nunca convertirla en medio de ambiciones.
• Libertad religiosa y de conciencia: innegociables.
• Estado de derecho: quien robe, desvíe o mienta, que responda.
• Transparencia y evaluación: programas medibles, con indicadores y correcciones públicas.
• No violencia: ni del Estado ni de particulares; acompañamiento a víctimas y fortalecimiento de capacidades civiles.
Mis compromisos son igual de claros: trabajar, proponer y acercar puentes entre sectores que no se hablan; usar mi profesión para conciliar y evitar pleitos innecesarios; y levantar la voz cuando vea injusticias, se cometan donde se cometan.
8) Por qué hoy y por qué así
La polarización nos está robando lo mejor: la posibilidad de reconocernos. Los creyentes sabemos que la verdad y la justicia caminan con humildad. La 4T no es un paraíso ni una promesa de perfección; es una oportunidad histórica de corregir rumbos que nos lastimaron. Si perseveramos en lo que sí funciona y corregimos lo que no, México puede ser más justo, más libre y más fraterno.
No temo que me llamen ingenuo por creer en la política; temo más la indiferencia que normaliza la pobreza y la corrupción. Prefiero equivocarme tratando de servir que acertar cómodamente desde la grada.
9) Invitación final
A quienes comparten mi fe y a quienes no: acompañemos a la presidenta en lo que sume al bien común y exijamos con firmeza lo que falte. Defendamos el derecho de cada quien a pensar distinto y cuidemos que el debate público no degrade la dignidad de nadie.
Mi postura es simple y pública: apoyo la 4T porque ahí encuentro, hoy, una ruta concreta para que México viva con menos desigualdad y más justicia. Y porque creo que la política debe parecerse a la oración más honesta: hágase el bien, con la verdad por delante y con los pobres al centro.

