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En la Hoguera

El precio de desentenderse de la política, es ser gobernado por los peores hombres… Como México no hay dos definitivamente, somos un país en donde el 70% de la población con edad de votar, permite al 30% restante decidir quién dirige los destinos del país, a sabiendas de que a la mayoría de esos que sí votan los llevan a votar acarreados por camiones públicos y comprometidos sus votos por una torta, un refresco y 500 pesos para ellos y 1,500 para sus líderes de barrio. 

Es más, en vez de indignarnos, organizarnos y defender la autonomía de nuestras decisiones, usamos la excusa anterior para evadir nuestra responsabilidad. ¿Por qué les he de hacer el caldo espeso con mi participación, si de todos modos van a poner a quien ellos quieren? Y después de que nosotros mismos nos erradicamos de la fórmula, entonces somos buenísimos para criticar y quejarnos de las decisiones tomadas por los gobernantes, cuyo único poder emana de los resultados de una elección en la que no participamos, tantito peor, de la que decidimos no participar. 

Somos buenísimos para quejarnos de cómo se desperdician nuestros impuestos, cuando sabemos perfectamente bien, que pagamos los menos posibles y algunos los evaden por completo. Si bien es cierto que las elecciones están amañadas, tan amañadas que el mismo Presidente de la República avala lo escandalosamente amañadas que están y denuncia por nombre a los mañosos, no nos da derecho a evadirnos y no participar, más bien debiera obligarnos a participar con tanto celo y tanta energía que miedo debiera darle a quien pretendiera manipularlas.

Pero, no, es más fácil quejarse y utilizarlo como razón para no participar. De alguna forma, pareciera que entonces los errores propios de un ejercicio democrático no son nuestros, luego no somos los causantes sino en realidad somos las víctimas. 

Mientras más tiránicos y más ladrones salgan los gobernantes, de alguna forma nos sentimos relevados de toda culpa “yo no lo escogí”; no lo escogiste a él, pero si escogiste no participar y eso te hace todavía más culpable. La evolución política social de nuestra república desde el final de la revolución, ha pasado desde la autocracia, la tiranía y la mismísima dictadura cimentada siempre desde la apatía, la abulia y el desinterés de un pueblo que no lucha por sus ideales, ni por su bienestar, ensimismado en una desidia aletargada en un “alguien debiera hacer algo, alguien debería decirles”, como si fuera la obligación del mismísimo Espíritus Sanctus, el venir a rectificar los abusos y los crímenes de quienes viendo el panorama despejado abusan de sus semejantes. 

El mexicano no enfrenta sus problemas, se evade, por toda esta transformación regresiva en vez de progresiva. Se queja, pero no actúa, se justifica sin hacer el esfuerzo de romper la dinámica que lo inhabilita como elector, como constructor de su futuro. 

Tan afectos que somos a imitar modas y costumbres extranjeras, para hacernos parecer “mucho mundo”, también deberíamos importar actitudes ganadoras, que nos comprometan con el futuro que heredamos a nuestros hijos. 

Si no hoy ¿cuándo?, si no es aquí ¿dónde?, si no es así ¿cómo? Si no soy yo ¿quién?, esa actitud ganadora que vemos en muchos pueblos del mundo comprometidos con su futuro inmediato, es la que debemos adoptar. 

Nuestra actual actitud en yuxtaposición a la recién descrita, nos deja muy mal parados, exhibe nuestra incongruencia, nuestra absurda necedad y pretensión de que otros sean los que resuelvan nuestros problemas. 

En las mismas están los Consejeros del INE Lorenzo Córdova y Ciro Murayama, quienes con su libro “El INE no se toca” están pidiéndole tanto a la Suprema Corte de Justicia como a los ciudadanos que no permitan que se lleve a cabo la Reforma Electoral conocida como el Plan B del Presidente López Obrador. Todos buscan que otros hagan lo que se debe hacer.

Decía en un discurso por allá por 1960 John Fitzgerald Kennedy: “No preguntes lo que la patria puede hacer por ti, pregúntate que puedes hacer tú por tu patria”. Hoy, la respuesta es sencilla, debemos erradicar este remedo de democracia y sustituirlo por un ejercicio que verdaderamente respete la voluntad de nuestro pueblo, que garantice que todo el país respetará con libertad y tolerancia la voluntad de una auténtica mayoría y que no le permitirá al gobierno en turno abusar del dinero destinado en nuestros impuestos; a no tener partidos mantenidos del erario público; que no haya legisladores plurinominales; obligar al gobierno a respetar las instituciones emanadas de la voluntad popular para evitarnos gastos millonarios de araganes profesionales que viven de la supuesta supervisión de la voluntad del pueblo en tiempos que ni elecciones hay. 

Es el mismo pueblo quien intolerante a las diatribas, ya sean emanadas del gobierno o de grupos que solo buscan colocarse ventajosamente para las siguientes elecciones, las que manipulen el destino de una nación que apenas despierta a la realidad de un poder graciosamente cedido por el elector, quien de no sentirse bien representado debe revocarlo por impugnación o en las próximas elecciones, según lo amerite la falta cometida contra el vox populi. 

Todo lo demás resulta contradictorio al ejercicio de la verdadera democracia y por lo tanto debe de ser inmediatamente rechazado por el pueblo y eliminado.

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