Compartiendo diálogos conmigo mismo:
El Hijo de Dios vivo, nos reconcilia: Viviendo el seguimiento y anunciando el Evangelio, ahondamos en la mística búsqueda y penetramos en su contemplativa, con los ojos del corazón.
No hace falta mover los labios para concebir la grandeza Omnipotente, ni remover tampoco los sentimientos; pues, la certeza, nos lleva a abrirnos al amor y a reabrirnos a morar como personas que se sienten prendadas por el Padre, redimidas por el Hijo y fortalecidas por el Paráclito.
I.- Sin Cristo andamos perdidos
Nada somos sin Cristo al lado,
necesitamos sentirlo para ser;
y al ser, florecemos a la vida;
para reencontrarnos con Dios,
y refundirnos con su Vocablo.
La firme llamada es un signo,
de que el Señor está conmigo,
de que tampoco nos abandona,
de que nos acompaña a diario,
creciéndonos de amor la savia.
Es el pan bajado del Altísimo,
lo que nos alienta y alimenta,
lo que nos sustenta y sostiene,
lo que nos imprime esperanza:
un pedazo de cielo en el alma.
II.- Con Cristo florecemos etéreos
Por el mundo estamos de paso,
hay que despojarse de mandos,
desmembrarse de perversiones,
y desnutrirse de corrupciones,
para en verso nutrirse de besos.
Jesucristo ha trazado la senda,
nos ha nombrado a su calzada;
sólo hay que seguirle a diario,
asistir a su invocación siempre,
y desistir de sembrar maldades.
Lo importante es regenerarse,
llenarse de su pasión gloriosa,
vaciarse de todas las malicias,
para envolverse de serenidad,
y retornar al torno purificador.
III.- Bajo el Señor todo es existencia
Justos sean los vientos eternos,
que nos eximen de las ofensas,
volviéndonos amigos de Dios,
al paladear del verdadero pan,
y al ingerir de semejante cáliz.
Alcancemos el huerto viviente,
obremos con la mística divina,
salgamos de la usura humana,
entremos en la reconstrucción,
con el propósito de ofrecernos.
Entregarnos al poder de Dios,
es darnos a la dicha del querer;
querer que centellea su verdad,
que irradia su rayo de bondad,
pues buscando el bien se halla.
Autor: Víctor Corcoba Herrero