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El llamado del Señor a la Salvación es a todos

Antonio Fernández.- En efecto, el llamado de salvación es para todos los seres humanos, desde los que han pasado por el mundo recibieron en su tiempo de vida, el resultado según su conducta lo gozan o lo padecen.

Ahora los que están en él lo reciben como ellos en todo el momento de su existencia y los que están por venir será igual, pero los que escuchan y hacen de la gracia un mérito constante perseverando en el Señor, tendrán su culminación en el banquete de las bodas del Hijo que Nuestro Señor Jesucristo anuncia en la Parábola del banquete nupcial.

Merecimiento que manifiesta San Pablo a los siglos: “Por tanto, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor; el cuál sacará a luz los secretos de las tinieblas y pondrá de manifiesto los designios de los corazones, y entonces a cada uno le vendrá de Dios su alabanza”.

Por ello es atraer a la memoria la palabra de Cristo Nuestro Señor: “No todo aquel que me dice: Señor, Señor entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre Celestial”.

Por lo que es justo recapacitar sobre nuestra razón de estar en este mundo, el llamado de salvación que Nuestro Señor dio a conocer en su peregrinación terrenal debe quedar y estar claramente definido, entendido y valorado, es para todos los seres humanos, ninguno será echado de lado, ignorado, despreciado, mal visto, rechazado o relegado en su propósito de enmienda, no será desairado ni criticado.

Entendamos que el deseo del Señor es que todas las almas se recuperen por sí mismas y el punto de la prueba por parte del Señor es proporcionar los medios de salvación, pero aquel que no los quiera no le obliga a tomarlos, el arrepentimiento es un acto libre de la voluntad del pecador, pero obligado para su salvación.

¡No olvidemos! Dios Nuestro Señor es quien concede la salvación eterna para que reconociéndose pecador, su pena, dolor y pesar que ahogue el corazón, oprime el pecho a todo aquel que lucha por corregir su conducta y dejar de lado las cosas del mundo.

Pero el demonio es persistente en conservarlo, urde estímulos para que no lo deje, seduce y provoca los deseos que le hicieron caer ofreciendo atractivos para cautivar su ánimo.

Ilustra el Doctor de la Iglesia San Hilario: “Los hombres del mundo se ocupan en la ambición de cosas temporales y muchos se dedican a los negocios por la codicia del dinero”.

Dios Nuestro Señor ofrece el bien único venido de su excelencia divina cuando habla a los corazones: “¡Quieres salvarte! Ven y sígueme. Ven a mí, oveja perdida que descarriada padeces los tormentos turbulentos del pecado en que estás envuelto”.

En esa oveja estamos representados todos los pecadores, sabemos la realidad de su llamado que aparece al instante de caer, la benevolencia del Señor habla al corazón con sublimes palabras que cada quien conoce y en diferentes momentos sea en la Santa Misa, la oración, la predicación del Sacerdote, la lectura de las sagradas escrituras, al confesarse, el consejo de los padres, hermanos o amistades.

Meditar la palabra del Señor hace calar el reclamo de la conciencia, por ello estas palabras pueden ser familiares no al pie de la letra, pero sí en otras formas identifican con lo que se conocerá a continuación que en esencia es lo mismo: “¡Hijo mío! ¿Qué necesitas hacer para ganarte mi perdón? Te diré: Arrepentirte de corazón, al hacerlo veré que obras movido por la fe y confianza en Mí.

Es importante para bien de tu alma que tengas presente el sacramento de la penitencia, si no veo ese arrepentimiento es porque no hay en ti la fe que siempre busco en las almas.

¡Hijo mío! Deja de lado las tentaciones que te perturban y quitan la tranquilidad de tu alma, te turban y alteran quedando cada vez más confundido con mi redención; deja de vivir envuelto en las tinieblas de los pecados que no te permiten escucharme, esas tentaciones te alejan de Mí y te hacen temeroso.

¡Hijo mío! Ten confianza para que todo lo que vez y escuchas de Mí no antepongas la duda, eso veo en mi amoroso corazón.

Seré claro: no importa lo que hayas hecho y dicho, quedará perdonado cuando retrocedas del pecado y rectifiques reconociéndote ante el Sacerdote en la confesión ser pecador y confieses tus pecados, esa disposición es el camino que abrirá la fuente que desbordará en ti los bienes para que cuando estés presente en mis Bodas escuchar hijo mío de tus labios: ¡Padre Mío, anhelo estar contigo y no separarme de ti!”

Esto y más dirá el corazón arrepentido hasta exclamar como lo hizo a Tomás discípulo del Señor, por su incredulidad le permitió ver en la profundidad de sus llagas que; “Tomás respondió y le dijo: ¡Señor Mío y Dios Mío!”

hefelira@yahoo.com

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