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El escaño dorado

Raúl Ruiz.- Había una vez —porque toda buena historia de poder y despecho comienza así— una joven promesa de Morena llamada Andrea Chávez; aguerrida, audaz, endemoniadamente inteligente, con discurso filoso y mirada de quien ya se veía presidiendo el Senado; viajando en clase Premium a Europa, recibiendo a embajadores y ubicando la banda tricolor para escenarios futuros.

Recibió un gancho al hígado. Lo había filtrado a los medios: “Voy a buscar la presidencia del Senado” y lo dejó patente, con la firmeza de quien se cree heredera del aplauso matutino de Palacio. Pero los tiempos de la política son tan crueles como el bolillo duro del desayuno en cafetería de legislador: uno piensa que es suyo… y al final, se lo dan a otro.

La presidencia del Senado, esa silla tan dorada y caliente, terminó deslizándose de sus manos como jabón en regadera de vecindad. El máximo escaño en el Senado, que pudo haber sido suyo, se fue.

En un inesperado giro, Chávez anunció que mejor se va a concentrar en trabajar por Chihuahua. ¡Chihuahua, mi estado!, dijo, como si le hubieran ofrecido eso desde el principio y su respuesta no fuera más que un “recalculando”.

¿Quién gana? Gana el descongelador de ambiciones: Ricardo Monreal, respira hondo, aunque no sonríe. Gana un poquito Cruz Pérez Cuéllar, porque se le despeja el escenario local de sombras madrugadoras. Y gana también el “Amlismo silente”, que prefiere equilibrio antes que estridencia.

¿Quién pierde? Pierde Andrea, claro, aunque no lo diga. Pierde porque cuando uno dice que va por todo y termina con una medalla de participación, el aplauso se convierte en eco. Pierde también Adán Augusto (López Hernández, pa’ los que no están tan metidos), y grupo Tabasco, quien con cada jugada se ve menos cerca del centro del poder y más cerca de la banca de suplentes. Ya ni le mandan emojis desde la oficina presidencial.

¿Y las bendiciones? Ah, esas están guardadas en el cajón de la paciencia. La presidenta Sheinbaum no se pelea, pero tampoco regala santos óleos. Si acaso manda silencios que pesan más que discursos.

Dicen en los pasillos del Congreso que la política es como el café: entre más caliente, más traiciones suelta y más amargoso es… Como el café del Sanborns de la Triunfo de la República.

Y en este caso, el café se le enfrió a Andrea, como el semblante. Aunque, ¡claro!, en Chihuahua siempre hay calor… y también campañas adelantadas. Sesenta días en la sierra son buenos para demostrarlo.

El tema cayó a media semana, como la lluvia que inundó y socavó las calles de la frontera. Carnita para los especuleros del café.

Voy por mis palomitas.

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