Lic. Héctor Ramón Molinar Apodaca.- En una sociedad que celebra los “viernes sociales” con excesos, que glorifica en la música y el entretenimiento el uso de drogas, y que ridiculiza al que se abstiene, no debería sorprendernos el crecimiento alarmante de la violencia familiar, los suicidios juveniles, los feminicidios y las muertes por sobredosis. Lo que sí debería estremecernos es nuestra indiferencia colectiva.
Nos han vendido la falsa idea de que beber es sinónimo de alegría y que drogarse es parte de la libertad personal. Pero no se habla con la misma apertura del dolor de los hijos que ven a sus padres destruidos, de las madres golpeadas por hombres alcoholizados o de los jóvenes que terminan sin alma ni rumbo tras una fiesta de “experimentación”.
La cultura de la evasión
Hemos caído en una trampa cultural: normalizar el consumo de sustancias como una forma de evadir responsabilidades, emociones o realidades incómodas. Y lo más grave es que muchos ya no ven esto como un problema, sino como un “derecho”. ¿Derecho a qué? ¿A perder el control? ¿A lastimar a quienes más nos aman? ¿A autodestruirse?
Violencia familiar: la herida más cercana
La violencia familiar no surge de la nada. Casi siempre viene precedida de ambientes tóxicos, heridas no sanadas, adicciones ocultas o justificadas, y modelos equivocados de masculinidad. El hogar se convierte en campo de batalla cuando el corazón está lleno de frustración, resentimiento y confusión. Lo que debería ser un refugio se vuelve trinchera. ¿Cómo llegamos a esto?
¿Y los hombres?
Los hombres de hoy están en una encrucijada. Algunos confunden fuerza con agresión, otros han perdido el rumbo y viven anestesiados entre vicios o pasividad. Pero también hay hombres que luchan por ser mejores padres, esposos y ciudadanos, que se atreven a pedir ayuda, a llorar, a pedir perdón, a cambiar.
El equilibrio está en reconocer que ser hombre no es imponer, sino proteger. Que la verdadera fortaleza está en la sobriedad, el autocontrol y la ternura. Que no somos menos por hablar desde el corazón, sino más humanos.
Un llamado urgente
La prevención no comienza en la clínica, sino en la conciencia social. En dejar de aplaudir lo que destruye. En atrevernos a decir: no es normal que un adolescente fume marihuana “porque todos lo hacen”. No es gracioso que alguien pierda el sentido por una borrachera. No es progreso que se legalice lo que mata lentamente.
Tenemos una tarea como padres, abuelos, facilitadores, maestros, líderes y ciudadanos: decir la verdad, aunque incomode; dar ejemplo, aunque duela; amar, aunque cueste.
La vida, la familia y la dignidad humana valen mucho más que una noche de euforia o una falsa libertad. Recuperemos el sentido, la sobriedad y la compasión.