Alejandro Cortés González-Báez.- “Ya recoge tu cuarto, y deja de molestar a tus hermanos”. ¿Alguna vez han escuchado este tipo de reprimendas en algún lugar? ¿Verdad que estas palabras nos resultan tan familiares como el timbre de la puerta, como el sonido de los autos que pasan frente a nuestra casa, como el ruido del agua saliendo por la regadera?
¿Realmente los padres de familia estarán educando a sus hijos con estos reclamos? ¿A esto se le puede dar el verdadero nombre de educación del ser humano? ¿No habrá algo más de fondo, más convincente, más… inteligente para poder formar a verdaderos hombres y mujeres que estén preparados en el servicio a su familia, a la sociedad, al mundo entero y para poder hacer frente a un mundo sumamente exigente y desorientado? ¿Será esto educar, o solo “amaestrar” como se hace con las mascotas?
Recuerdo unos libros que tuvieron un gran éxito comercial en los que los autores —personas bien intencionadas— intentaron dar una orientación a los niños, adolescentes y jóvenes a base de describir cómo deberían tomar sus decisiones en temas como el noviazgo, la sexualidad, su relación con el mundo que los rodea, los cambios hormonales y mucho más, pero… desde mi perspectiva hay un gran pero a estos textos: No tienen un fundamento antropológico sólido. Son escritos de tipo vivencial, sin un soporte firme.
Cuando no se parte de un estudio bien estructurado sobre la naturaleza del ser humano estamos construyendo un rascacielos sin haber hecho un estudio del suelo y sin cálculos sobre la resistencia de los materiales. Es lógico que aquello, tarde o temprano, no pueda mantenerse de pie.
¿Cuáles son las razones que pueden convencer a un pequeño para que —amando la virtud del orden—, se proponga recoger su cuarto sin necesidad de que sus papás lo estén regañando todo el día? Un tema que se asoma en estos casos, y me parece muy peligroso, lo podemos describir de la siguiente manera:
Cuando se tiene autoridad moral, no hace falta gritar. Ergo: Los papás —y sobre todo las mamás— suelen perder su autoridad ante los hijos, pues éstos se acostumbran a los tonos de voz elevados. En estas condiciones no escuchan qué es lo que se les dice, se les ordena y se les recrimina. Resultado de todo esto: Hijos desobedientes, papás decepcionados.
Pero volvamos al principio de estas letras. Necesitamos conocer la verdadera naturaleza del hombre para estar en condiciones de alcanzar nuestro verdadero fin. Debemos, pues, partir del hecho de que somos un compuesto consustancial de materia “cuerpo” y espíritu “alma”; creados por un Ser trascendente que está por encima de nuestros límites y esquemas.
La experiencia nos demuestra a diario, que la humanidad se ha bajado del pavimento de la carretera y pretende alcanzar la felicidad siendo libre; y para ello ha decidido recorrer todos los kilómetros del camino corriendo por la terracería hasta echar a perder su propio ser, y levantando una polvareda de la que dice sentirse orgullosa.
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