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JD Vance y la Doctrina Social de la Iglesia

Padre Eduardo Hayen.- El vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, está haciendo un buen papel como católico. Vance se presentó ante el Consejo de Seguridad de Europa en Múnich para decirles que la amenaza a la seguridad del continente no es China ni Rusia, sino la misma Unión Europea, la que, con su pérdida de valores cristianos y su autoritarismo, anuló las elecciones en Rumania; la que con su afán de controlarlo todo, censura la libertad de expresión y persigue la libertad de conciencia.

Es la clase política del viejo continente la que está socavando los valores fundamentales de Occidente. El vicepresidente citó a san Juan Pablo II para decirles “no tengan miedo” de escuchar a los ciudadanos que tienen diferente opinión, ni a dejar ganar las elecciones a quienes no piensan como ustedes. La verdadera democracia está en construir un sistema de gobierno con el sentido común del pueblo y sus valores.

En una palabra, les dijo que, mientras que Europa sigue dormida y a la deriva, Estados Unidos ha despertado. Los norteamericanos están depurando USAID de todos los proyectos de educación ideologizada y contrarios al sentido común. Les dijo que Estados Unidos se está sacudiendo de ser un sistema pseudo-totalitario con los regímenes demócratas y que ellos, los europeos, todavía están empantanados en ese sistema.

El discurso de JD Vance está en sintonía con la Doctrina Social de la Iglesia. Le ha mostrado a la élite europea lo que san Juan Pablo II dijo a la Pontificia Academia para las Ciencias Sociales: “Los cristianos creemos firmemente que “si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia”.

Cárteles designados terroristas

El Departamento de Estado del gobierno norteamericano ha designado a seis cárteles mexicanos –Sinaloa, El Golfo, Jalisco Nueva Generación, Cárteles Unidos, Los Zetas, del Noreste y Nueva Familia Michoacana, además de las pandillas Mara Salvatrucha y Tren de Aragua– como organizaciones criminales terroristas internacionales. Es una decisión que traerá consecuencias bilaterales –a mi juicio, benéficas– en materia de seguridad para ambos países.

A veces son necesarias las decisiones drásticas de los gobiernos para combatir los tentáculos del mal que amenazan con asfixiar la vida social. Sin embargo, recordemos que el misterio del mal está anidado en el corazón del hombre y no se desarraiga fácilmente: “Los designios del corazón humano son malos desde su juventud”, dijo Dios después de la purificación del diluvio universal (Gen 8,21). El problema está por dentro del hombre, en lo que llamamos “el corazón”, sede donde tomamos las decisiones y elegimos entre el bien y el mal.

El diluvio universal de la Biblia, las cárceles de Bukele en El Salvador y los drones del ejército de Estados Unidos sobrevolando el espacio aéreo mexicano para detectar laboratorios de fentanilo pueden crear impacto y reducir la criminalidad, pero es un impacto que no durará para combatir el mal del alma humana. Necesitamos algo más profundo.

La labor evangelizadora de la Iglesia, que pone al hombre en contacto con Dios, es lo que puede llegar hasta el fondo del corazón enfermo de las personas y, por la gracia divina, devolverles la salud. Cuando Jesús impuso sus manos sobre un ciego, éste empezó a ver de manera borrosa, y no fue sino hasta una segunda imposición de manos cuando se curó completamente. La curación del alma humana es un proceso que toma tiempo y es obra del Espíritu de Dios.

Recuerdo a un narcotraficante que llegó a mi parroquia diciéndome, arrepentido, que había cambiado de vida y pedía ser acogido en la Iglesia. Traer a la memoria aquel encuentro me hace pensar en una enseñanza de san Ambrosio: “A ti también se te impuso el barro, la consideración de tu fragilidad. Fuiste, te lavaste, te acercaste al altar, empezaste a ver lo que antes no veías. Mediante la fuente del Señor y mediante la predicación de la Pasión del Señor fueron abiertos tus ojos. Tú que antes estabas cegado en el corazón, empezaste a ver la luz de los sacramentos”.

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