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El ayuno y tentaciones de Jesús

“Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor tu Dios, y a Él solo servirás”. (Mt. 4, 10)

Antonio Fernández. Profetiza ocho siglos antes de Cristo el profeta Joel lo que hoy en este siglo XXI sigue siendo una necesidad espiritual que se ha dejado: “Dios exhorta al pueblo a convertirse. Ahora, entonces, dice el Señor, convertíos a Mí de todo vuestro corazón; con ayuno y con llanto”.

Con esta predicción entramos al tiempo de Cuaresma, son cuarenta días en los que Cristo Nuestro Señor se retiró Él solo a hacer oración y no tomó ninguna clase de alimento, preparándose a su Pasión y muerte en la Cruz.

El cristiano católico no debe buscarse reprimir sino privarse por voluntad de determinados alimentos con espíritu de sacrificio los días especificados por Nuestra Santa Madre Iglesia, para así disponerse en alma y cuerpo para estar al lado del Señor.

No con ofrecimientos de satisfacción al cuerpo, sino de mortificación dejando de lado aquello que causa halago y satisfacción al orgullo empeñarse en ofrecer a Cristo Nuestro Señor lo dificultoso y trabajoso pero que la soberbia maligna reprime y mete tropiezo para complicar el camino correcto a Dios, conteniendo el impulso para retornar a Él.

La soberbia maligna desvía todo esfuerzo cuando de dominar la voluntad se trata para ir al Señor, la perversidad está empeñada en que no se reconozca el error al que la somete.

¿Cómo hacer para entender el bien espiritual que recibe el alma por el ayuno? ¿Y qué hacer para permanecer al lado de Cristo Nuestro Señor? Es fortificar el interior del alma por el acto de penitencia unida a la oración.

Así se logrará que el alma persevere inseparable por el ayuno, todo ello es fácil decirlo, como fácil comprometerse y difícil cumplir, pero es difícil mantenerse cuarenta días en el Señor si no hay voluntad de servirle cuando se le dice querer hacerlo y en realidad no se quiere.

Lo mejor es desde un principio no comprometerse, es más grave ofrecer a Dios en un impulso del “Yo” y a los minutos dejar lo ofrecido y nada hacer para volver a él, porque se prefiere llevar las cosas al modo del gusto personal y no del esfuerzo siendo lo que más desea, perdiendo la oportunidad de abonar bienes para la otra vida.

Comprendamos. Dios no necesita nada de nosotros, nosotros somos los que necesitamos de Él, por ello si ayunamos venceremos la tentación.

Cristo Nuestro Señor no merece esos ofrecimientos fatuos del descuido y falta de esfuerzo, por lo que el cristiano católico luchará continuamente en conservar su alma superando las adversidades del mundo.

Lo hace porque conoce que Dios Nuestro Padre se goza en el esfuerzo que por Él obraron de las almas que permanecen adheridos a su mandato, se goza de las almas que en ellas implica sacrificio del cuerpo, porque significa librarse del demonio por privación voluntaria de las cosas del mundo.

Y para dejar entendido a todo escrúpulo incrédulo el Pbro. Espadafora, buscando la recapacitación del pecador, dice: “La tentación es una sugestión hacia el mal, que induce al peligro próximo de caer en el pecado. Puede venir de Satanás el tentador por excelencia o también, aunque inapropiadamente, de las pasiones”.

Las pasiones malsanas vienen del diablo. Así pues, cuando el pecador turbado por la pasión piensa: “Jamás lo hare”, hizo lo contrario, pero se arrepintió, juega su decisión al sí o al no evitando tomar la firme decisión de cortar por lo sano.

Entretiene el tiempo de vida en creer que su palabra de promesas agrada a Dios, pero su proceder es desagrado en el fondo de su conducta cree engañarlo, nada viene a su entendimiento que el Señor padeció por la salvación de su alma.

Bueno sería que este mundo en evidente decadencia, revuelto en perturbaciones morales, delirios de grandeza y de poder, de enajenación, de locura sensual lleva a la privación de Dios en su corazón.

Vive la humanidad en crisis espiritual, moral, social y familiar, ha pervertido a sí misma los valores de bien para salvación del alma, ya no se valora que el final del camino de Cristo Nuestro Señor en este mundo redime las almas del pecado, que fue en Él cumplir la misión encomendada por Dios su Padre.

Es inevitable valorar la profecía que obliga a aquilatar la omnipotencia con la que Jesucristo Nuestro Señor predice a Pedro que negará a su Maestro por tres ocasiones; al escuchar de su Maestro la profecía que él cumplirá, no cree Pedro hacer semejante acción, turbado por ello pensaría: “Jamás lo haré” y lo cumplió con todo el dolor de su corazón.

Pero el profundísimo arrepentimiento reconocido por su Maestro, lo salvó. Sirva de enseñanza que así es nuestra debilidad y flaqueza, prometemos y nos arrepentimos de ello, pero se vuelve a caer; se promete no ofenderlo con mentiras, engaños y maldades y se vuelve a caer.

Se propone excluir del vocabulario las maldiciones contra el prójimo, pero como no hay voluntad para retraerse de ellas, se sigue en lo mismo; se promete dejar la vida lasciva en la que está envuelto y se vuelve a lo mismo.

La palabra misericordiosa del Señor es humo en el corazón, es viento que pasa, es papalote que se pierde cuando una corriente de aire lo lanza al suelo, pero mientras hay vida hay posibilidad del sincero arrepentimiento, hay penitencia, remordimiento y dolor al ofenderle, recapacitando en todo ese camino distorsionado por sí mismo.

La luz del Espíritu Santo vislumbra la esperanza de vida eterna y da a saber que por el ayuno se vencerán las tentaciones como Cristo Nuestro Señor ha enseñado.

hefelira@yahoo.com

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