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El dulce y santo nombre de Jesús

Antonio Fernández.- En los Hechos de los Apóstoles se da a conocer la fuente inspiradora de salvación al dirigirse Pedro y Juan a los del Sanedrim dándoles a saber que crucificaron a Jesucristo: “Y no hay salvación en ningún otro. Pues debajo del cielo no hay otro nombre dado a los hombres, por medio del cual podemos salvarnos”.

El dulce y Santo nombre es: ¡Jesús! Unido al de Cristo es el Santificado nombre de Jesucristo Nuestro Señor, refiriéndose San Agustín a la disposición en la que todo ser humano creado por Dios está en creer y aceptar de palabra, obra y pensamiento la divinidad de Cristo Nuestro Señor, Hijo de Dios.

Su ilustración dirigida a los de su siglo se extiende a todos los tiempos, para conducirse la humanidad como barco a puerto que es la fe y confianza en su Salvador y que se reclama en este siglo XXI, es la incredulidad que se pasea enseñoreada dominadora de las almas, su actitud irónica burlona dirá: ¡Eso es ficticio!

Al decirlo se reafirma la expresión real de la verdad en el incrédulo que a pesar del esfuerzo por desecharla más se reafirma en Él y como es en sí mismo lo es también la incredulidad en el mundo y en los del mundo se ha convertido en una inmensa mayoría en hábito de vida.

Señala al incrédulo que dice creer: “Hay gran diferencia entre creer en la existencia de Cristo y creer en Cristo. Pues que existe Cristo lo creyeron también los demonios, quienes, en cambio, no creyeron en Cristo”.

Así está la humanidad en este tiempo, para justificarse muchos pregonan creer, pero creen en un cristo falso, efímero y sin valor espiritual, creen en un cristo que tiene que ser a la medida del gusto y en acuerdo a su comodidad.

¿Entonces qué sucede? El incrédulo se engaña, porque atrapado en ella no es apto para deducir que la sinceridad de nuestra fe es lo que Dios Nuestro Señor pone a prueba. Lo enseña San Pedro: “A fin de que vuestra fe, saliendo de la prueba mucho más preciosa que el oro perecedero”.

Dejemos esas fantasías inicuas y engañadoras que sostiene la incredulidad y vayamos a la realidad que el cristiano católico cree, ama y acepta de corazón en su propósito de conformar su fe en Cristo Nuestro Señor.

El Obispo de Hipona enseña: “Sin duda alguna, la gracia de Dios es un don divino; a su vez, el Espíritu Santo mismo es el máximo don de Dios y por eso se le llama gracia”.

Buena será la pregunta: ¿Porque se le llama gracia? La gracia es sencillamente gratuita, pero entendamos y razonemos que no es un premio, recompensa o mérito creer, es percibir para deducir que la gracia es un don que viene después del perdón de los pecados.

A ello, entre otras muchas cosas, vino al mundo el Salvador de la humanidad, quien hubo de iniciar su calvario como todos los seres humanos que venimos a este mundo de prueba desde el nacimiento.

Cristo Jesús no vino a salvarse de sus pecados, porque siendo Dios nada en Él es pecado, es misericordia, su corazón es limpio sin mancha de pecado; Cristo es la divinidad que Dios Nuestro Señor envía al mundo a salvarlo del pecado y en esta misión a Él conferida estamos incluidos todos los pecadores.

Ahora bien, reflexionando en la obra de Dios, en esta misión de salvación envió a liberarnos de nuestras maldades perversas a su divino Hijo, que en el pesebre de Belén recibe María su Madre en sus benditos brazos del Espíritu Santo al Mesías Salvador, al Redentor del mundo, al verdadero Dios, al Hijo de Dios, al Primogénito de la creación, al Rey de reyes y Señor de señores, al pan de vida eterna, al Buen Pastor, al Cordero de Dios y todo aquel nombre que Dios en las Sagradas Escrituras dio para Él.

Mas Dios Nuestro Señor, su Amado Padre, de su divina voluntad fue el nombre de su predilección: ¡Jesús! En Él afirma el Señor su misión de Salvador del mundo.

El cristiano católico de los siglos reconoce y agradece a Dios su Creador la obra de salvación que San Juan expone: “porque así amó Dios al mundo; hasta dar su Hijo único, para que todo aquel que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna”.

En el dulce y Santo nombre de Jesús está el principio del fundamento de la fe, ello es fortaleza, entereza y confianza, como la esperanza y el crecimiento por la caridad.

No es de dudar que cuando el Ángel comunica con anticipación y por separado a María su Madre y a José su padre nutricio el nombre dispuesto por Dios, el corazón de cada uno fue invadido de gozo y alegría espiritual sin medida recibir de la autoridad de Dios Padre el mandato divino, y la palabra de Dios se cumplirá en sus padres.

hefelira@yahoo.com

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